El
centro de documentación de El Agora en Buenos Aires lleva
el nombre de Oscar González Morán y no se trata para
nosotros simplemente de un homenaje sino fundamentalmente de mantener
vigente una actitud que nos enseño a transmitir.
Nos dejó físicamente
poco antes que comenzara la década y su obra quedó
moldeada por una sólida lucha por el derecho a la salud,
una incansable vocación de servicio y una inquietud permanente
por superarse y por promover a colegas con menos oportunidades.
Oscar, Cacho, Toro era y continúa
siendo difícil de clasificar, como es difícil decodificar
la profundidad de su mensaje. Era un docente de alma, pero muy poco
convencional ya que más bien parecía un director técnico,
un promotor, que andaba por la vida detectando oportunidades, ayudando
a comprender a trabajadores de salud comprometidos, compartiendo
dudas y anhelos, descubriendo “valores”, habilitando,
promoviendo, respaldando.
El concepto de vocación
de servicio expresa un fuerte rasgo de su quehacer, es incontable
la cantidad de personas con problemas de salud a las que personalmente
acompañaba detectando siempre el mejor profesional, el mejor
servicio, que no por azar encontraba sistemáticamente en
los hospitales públicos, de lo que fue defensor y un promotor
incondicional.
Oscar era un sanitarista con
la mística de los que se habían formado en el Chile
de los 60s, compañero de promoción de María
del Carmen Troncoso, padeció todos los vaivenes de esta “profesión”
y recorrió todas las funciones imaginables, desde Director
de Hospital en Ushuaia hasta Director Provincial en el Ministerio
de Salud de la Provincia de Buenos Aires pasando por la Municipalidad
de Buenos Aires, por el PAMI en sus épocas buenas, y muchas
otras posiciones grandes o chiquitas a las que se entregaba por
igual. Pero era al mismo tiempo un enamorado de la clínica,
lo que le permitía circular libremente desde los problemas
cotidianos de la atención hasta las políticas de salud.
Fue cofundador de GIDAPS un grupo
promotor de la Atención Primaria que sostuvimos juntos en
los primeros años de la recuperación de la democracia
en el país. El comprendía como pocos el potencial
transformador de la Atención Primaria a la que consideraba
una “bisagra” en el pensamiento de salud y era un ferviente
partidario de democratizar las relaciones dentro del equipo de salud,
lo que llevaba a la práctica instalando fuertemente condiciones
para la interdisciplinariedad en cursos que originalmente habían
sido pensados para los médicos.
En su forma de encarar los problemas
era un visionario, le obsesionaba el futuro, al que accedía
sistemáticamente bajo la forma de preguntas, allí
donde cualquiera se preguntaba ¿para qué hacerlo?,
el se preguntaba ¿porqué no?
A días de su fallecimiento
estaba entusiasmado como un chico programando desde la Sociedad
Argentina de Auditoría Médica cursos a distancia
utilizando Internet para llegar con oportunidades de formación
a quienes viven lejos de los centros de capacitación profesional.
Somos poco afecto a los homenajes
y menos a los elogios fáciles, pero este hombre, este médico,
este amigo estaba hecho de una madera especial, no le aflojó
a la muerte, que sabía cercana, ni por un ratito y lo demostró
dando las últimas instrucciones para el cierre de “sus”
cursos desde la cama de cuidados intensivos.
Se fue como vivió, despacito y en silencio como para no molestar
a nadie; no quería nada para él, vivía de la
alegría de las buenas causas y la energía que le daba
el éxito de la gente que él quería y ayudó
a crecer.
Queremos simplemente señalar
que en cada fotocopia, en cada material escaneado, en cada orientación
bibliográfica, en cada mail contestado de éste centro
de documentación sentiremos que estamos continuando su tarea.
Claudia Laub - Mario Rovere
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