“Crimen fundado en miedo al crimen”
Por Claudia Laub | Socióloga

Los hechos ocurridos en Villa Páez en estos días otra vez nos muestran la forma violenta de pensar y resolver los conflictos. Nuevamente advertimos expresiones de sentimientos masivos de desprotección que producen, como contraefecto, el clamor por el endurecimiento de normas judiciales y actividades policiales, cuyas formas de ejecución son conocidas como políticas de mano dura.

Esos procedimientos se acompañan con un mayor armamentismo, la sustitución de la acción pública por mayor custodia de la esfera privada y la denominada justicia por mano propia. Así, la seguridad pública de la vida ciudadana se invirtió en modos de privatización de la seguridad individual. El problema reside en que este miedo masivo, el temor a la criminalidad, es a la vez fuente de otra criminalidad. Se trata de una esfera de ilegalidad legitimada por la ciudadanía asediada por sentimientos asociados a la victimización social. Un convite al crimen potencial para conjurar la potencialidad criminal, un crimen fundado en el miedo al crimen, una aterrorizante fuente de peligrosidad que se expande.

La inseguridad obliga a los habitantes de las ciudades a adoptar técnicas de sobrevivencia que profundizan la segmentación social, inciden en la devaluación de la vida humana y en la tendencia a responder a la ansiedad escalando aún más la segregación y la confrontación entre sectores. Los llamados justicieros encuentran defensores públicos y anónimos que justifican este tipo de conductas como una defensa ante la inoperancia de la Justicia y la falta de seguridad.

Nuestra pertenencia al campo democrático nos impone creer en la educación del hombre y la igualdad de oportunidades. Esta igualdad de oportunidades nos lleva a admitir que ciertas conductas infractoras están fuertemente influenciadas por las inequidades sociales y culturales.

Impedir la transformación de un ciudadano en víctima es una de las funciones de la prevención. La prevención es una obligación imperiosa, inherente al contrato social.

La credibilidad de la prevención del delito sólo será restablecida si adoptamos rigor y continuidad en las acciones de prevención, metodologías y evaluaciones que alimenten la transparencia democrática y la confianza de los ciudadanos. Y en cuanto a las armas, un arma en una casa representa más un riesgo que una protección.

No podemos seguir admitiendo el mito del justiciero exitoso ni que se haga justicia por mano propia a riesgo de regresar a la antigua ley del Talión, del ojo por ojo y diente por diente. La revancha acaba por igualar víctima con victimario, creando un círculo vicioso de violencia y venganza.

La presencia de las armas de fuego transforma los conflictos, las desavenencias banales o las crisis emocionales en tragedias irreversibles.

El arma transforma la naturaleza de los conflictos personales convirtiéndolos en suicidio, asesinatos, accidentes mortales. Una sociedad desarmada es más segura que una sociedad en la que cada ciudadano compra un arma para defenderse de las armas de los otros.

Podemos pensar en otra forma de resolver los conflictos que no sea la violenta, podemos ser más diferenciados en nuestras respuestas. El pragmatismo de las respuestas reservaría la intervención penal para los casos más graves y, entretanto, recurrir a la mediación, a desarrollar respuestas civiles y administrativas a una gran cantidad de comportamientos. El efecto positivo es el de reintroducir las graduaciones, las etapas en la acción, que nos den la oportunidad de inventar estrategias plurales a nivel local.

Frente a un conflicto, frente a la comisión de un acto que atenta contra una o varias personas, frente a los disturbios del orden público, frente a la multiplicidad de situaciones, de personas, autores o víctimas en situación de sufrimiento, la respuesta de las instituciones y las de nuestras creencias no pueden contentarse con ser unívocas, jerarquizadas, preestablecidas.

Tomemos conciencia de que, frente a la complejidad de las situaciones, nos vemos obligados a una búsqueda de eficacia, revisando las fronteras establecidas. Las respuestas convencionales no están dadas de una vez y para siempre, ya que varían en función de las diferentes situaciones.

Civilizar los conflictos, hacerlos civiles es dominar la manera de resolver el problema siguiente, que será el hecho de que los protagonistas van a seguir viviendo en el mismo barrio, y en la misma ciudad. En otras palabras: el de la violencia no es un camino de pacificación.

Y a no hay que confundirse, porque no tiene el mismo registro interno clamar por “mano dura” que hacerlo por justicia; decidir llevar un arma que peticionar por mejores instituciones.

No es lo mismo, claro está. Unas son opciones que recrudecen el fenómeno; otras, valores que lo desactivan.

© La Voz del Interior

 
Nota publicada en el Diario La Voz del Interior Jueves 29 de septiembre de 2005